Recuerdos de un Olivettiano desmemoriado. Capítulo 21º

 –  MI AMIGO CARLOS  –

Por José Manuel Aguirre

Es el mejor contador de historias que he conocido. A pesar de que son muchas las cualidades que adornan su persona, poseídas todas en alto grado, creo que ninguna otra lo definiría mejor. Cuando mi amigo Carlos se disponga a narrarte algún episodio de su dilatada vida, rica en experiencias, prepárate para disfrutar. No lo hará de manera precipitada ni su exposición seguirá un curso desordenado. Comenzará por situarte en el tiempo y en el espacio. Ubicará la acción en un escenario con todos los pormenores para que los personajes se muevan dentro de un marco de total realismo. Te explicará quién es cada cual, sin omitir detalle alguno. Cuando todavía no haya comenzado la acción, ya serás presa de su verbo cautivador, de su gesto mesurado, de una mirada que irá dosificando la intensidad de su luz para acompañar el relato. Te conducirá a través de la anécdota, midiendo el tempo y las pausas, controlando el tono de su voz, utilizará el flash back si lo exige su guión y, sobre todo, estará siempre pendiente del efecto que su narración produce en el auditorio. Es un maestro en el arte de narrar.

Ha sido un auténtico juglar, un fenomenal raconteur d’histoires, en pleno siglo XX, y promete seguir así – ¡ojalá que durante muchos años más! – para disfrute de sus muchos amigos. Insisto, no he conocido a nadie igual.

Mi amigo Carlos y el amigo de muchos de vosotros – ya lo habéis adivinado – es Carlos Tutusaus. Su singular personalidad y su dilatada trayectoria laboral, fecunda en éxitos profesionales y en vivencias entrañables para quien esto escribe, hace que me resulte muy difícil dibujar con trazo fiel y seguro una semblanza que le haga justicia.

La laboriosidad y el rigor, la preocupación por el detalle y el amor por el trabajo bien hecho son notas distintivas de su carácter. De natural tranquilo, sin embargo, hacía gala de un genio fuerte cuando se enfadaba. A pesar de que algún enemigo – de los poquísimos que ha tenido – habrá intentado hacerle la vida imposible en más de una ocasión, no ha sido nunca rencoroso. La experiencia en la gestión de muy diversas situaciones le ha dotado de un alto nivel de inteligencia emocional y, desde la atalaya de sus años, sabe que la vida pondera justamente todas las situaciones y pone en su sitio a cada uno de nosotros. Ahora más que nunca, nuestro amigo Carlos, cuando vuelve la vista atrás, recuerda con sincero afecto a todos los que hemos sido sus colegas durante tantos años.

A lo largo de los capítulos anteriores he recurrido con cierta frecuencia – quizá hasta el abuso – a utilizar algunas de las muchísimas anécdotas que me ha contado Carlos Tutusaus para ilustrar y enriquecer mi narración. Confío en que ello no dé lugar a crear una imagen distorsionada de una persona que en su trabajo se ha distinguido siempre por la seriedad y el bien hacer a lo largo de toda su larga experiencia profesional.

Carlos Tutusaus ingresó en Comercial Mecanográfica en los años 40, cuando la sede estaba todavía en la Vía Layetana. Le contrató el propio dott. Vernetti que hacía muy poco había llegado de Madrid, donde desempeñaba el cargo de director de la sucursal. Vino a suceder, en el cargo de gerente de COMESA, al dott. Bettonica, que había fallecido recientemente. Carlos conoció el duro trabajo de vendedor de distrito, cuando la plantilla de comerciales en Barcelona apenas si superaba la decena. Su primera zona de venta fue el entonces llamado Barrio Chino. Hoy, ya rehabilitado, se le conoce con el nombre de Ciutat Vella. Su primera venta – una máquina Studio 44 – la realizó, atendiendo una llamada de la propia cliente, a la regente de una de los más populares locales de aquel humilde distrito barcelonés, en donde ejercía su profesión un variopinto ramillete de izas, rabizas y colipoterras de la época. La ceremonia de la firma del pedido, con el acompañamiento curiosón de las pupilas desocupadas, podía haberla filmado Buñuel, Passolini o el mismísimo Fellini.

El profesor Carlos Tutusaus rodeado de los alumnos de una de las primeras promociones de nuevos vendedores

El profesor Carlos Tutusaus rodeado de los alumnos de una de las primeras promociones de nuevos vendedores

Carlos hubo de dejar temporalmente la empresa para hacer su servicio militar ¡en un submarino! Si tenéis ocasión, pedidle que os explique sus sorprendentes vivencias de aquel período. No tienen desperdicio, A su reincorporación a la vida civil, pronto destacó, no sólo por sus buenos resultados de venta, sino también por sus cualidades personales. Pronto tuvo que dejar la venta directa para hacerse cargo de las demostraciones a los clientes de la primera calculadora de cuatro operaciones, la Divisuma 14. Poco después, el dott. Sinigaglia le confió la creación y puesta en marcha del centro de formación. Fue una tarea ardua que tuvo que realizar prácticamente solo, preparando textos y traduciendo manuales del italiano. A finales de 1957, impartió los primeros cursos. Varias promociones de vendedores de distrito se beneficiaron de su relativamente corta pero intensa experiencia.

Algún tiempo después, realizó su primer viaje a Italia. Se trataba de un premio con el que la empresa recompensaba su buen hacer. No iba solo. Integraban el grupo de viajeros Agustín Ceballos, Ricardo Pérez Piqué, Luis Vich y algún otro. Carlo Cignetti era el jefe de aquella expedición. Visitaron la feria de muestras de Milán, algunos de los bellos lagos del norte italiano y, como si instauraran una tradición, Venecia. Más adelante repitió el viaje, pero esta vez, para asistir a los cursos de formación de las máquinas contables en Villa Natalia, cerca de Florencia. De regreso a Barcelona, tuvo la suerte de conocer personalmente a Adriano Olivetti con ocasión de una visita que éste realizó a nuestra ciudad poco antes de su prematura y repentina muerte a los 59 años de edad.

Carlos Tutusaus en Venecia

Carlos Tutusaus en Venecia

Ya he referido en otra entrega que Carlos fue uno de los primeros integrantes de aquella DMC constituida a principios de la década de los 60. Tuvo que abandonar la formación de los vendedores de la General Line, aunque también aquí hubo de ejercitar sus dotes docentes para instruir en el manejo de los equipos no sólo a los jóvenes vendedores de la nueva división, sino también a una buena cantidad de clientes. Recorrió en innumerables ocasiones la Península y las islas, entregado a un trabajo duro y difícil que le proporcionó grandes satisfacciones profesionales, gran conocimiento del mercado, de la competencia y, por supuesto, de nuestra propia organización. En ella ganaba peso específico el servicio de asistencia técnica. Enrique Puig y José Luis Varas ya han explicado, desde su propia experiencia personal y con total conocimiento de causa, la necesaria interacción que hubo de producirse entre técnicos y comerciales para resolver los problemas de los clientes y rentabilizar la actividad empresarial. Carlos Tutusaus actuó siempre como coordinador de los esfuerzos de unos y otros y como eficaz mediador en los inevitables conflictos que estas situaciones comportaban, en ocasiones.

Tutusaus al frente de nuestro stand en la Feria de Muestras de Barcelona.

Lo mejor de su vida profesional estaba por llegar. A finales de los 60, Riccardo Berla, con el eficaz apoyo de Agustín Ceballos, había emprendido una operación estratégica de gran envergadura: la ampliación de la organización directa y el rejuvenecimiento de los cuadros directivos. De ello trataré en otro momento. Para sustituir a Juan Antonio Manzano, director de la sucursal de Madrid, nombraron a Luis Vich. A Ricardo Ciuró, que estaba al frente de la sucursal de entidades oficiales, a la que conocíamos por SEO, lo sustituyó Manolo Alonso. Al cabo de muy pocos años, en una nueva reestructuración, ambos fueron designados para desempeñar un cargo de nueva creación: jefes de área. Entonces, para ocupar el difícil y estratégico puesto de director de SEO, no tuvieron la menor duda en la elección: Tutusaus era la persona adecuada. En consecuencia, en 1970. Carlos y su familia se trasladaron de inmediato a Madrid. Ignoraban que en la capital iba a transcurrir una larga etapa de su vida profesional: más de veinte años. Al cabo de un tiempo, la sucursal incorporó también la gestión de aquellos grandes clientes que tenían su sede en Madrid. Carlos vio así aumentar el peso de sus responsabilidades.

El cargo de director de la Sucursal de Entidades Oficiales exigía un perfil profesional muy concreto: madurez, equilibrio emocional, capacidad para el trato de personas a todos los niveles, especialmente con altos cargos, tanto en el sector público como en el privado, y gestión de grandes operaciones con la complejidad y necesidad de coordinación entre los varios departamentos empresariales que éstas siempre entrañan. Carlos Tutusaus daba perfectamente la talla. Durante más de dos décadas, cinco directores generales se sucedieron en la dirección de la empresa. Se emprendieron nuevas y profundas reorganizaciones, pero a nadie se le ocurrió ni por un momento relevar de sus funciones a Carlos Tutusaus. Es más, ya sabemos que cuando llegaba la hora de la jubilación, Olivetti gestionaba y facilitaba entonces este tránsito de una manera ejemplar en la mayoría de las ocasiones. Pero cuando Carlos llegó a la edad reglamentaria para disfrutar de un más que merecido descanso, el director general de turno le solicitó que continuara al frente de aquella complicada sucursal porque el relevo se manifestaba harto difícil Y Carlos – en un último y sacrificado acto de servicio a la empresa – continuó algunos años más, a pesar de que la gestión, con la vertebración del Estado democrático en 17 comunidades autónomas, se complicó muy mucho. Finalmente, se jubiló en 1992, a los 68 años, de los cuales nada menos que 38 de fecunda labor.

Acto de recepción de uno de los mayores pedidos en la historia de Olivetti. Lo cursó el Ministerio de Educación. Lo componían 7.000 máquinas de escribir, 2.000 calculadoras y 1.000 copiadoras. Asisten al acto, además de Tutusaus y un alto funcionario del Ministerio, el dott. Giovanni Fei, nuestro director general de entonces, Agustín Ceballos, director comercial, y Javier Tomeo,  nuestro jefe de prensa.

En el ejercicio de sus funciones, Carlos Tutusaus ha sido siempre un magnífico exponente del seny catalán. A través de su persona, la empresa ha mostrado en todo momento su mejor imagen, una imagen de muy alta calidad ante los clientes. Ha sido un espléndido embajador de nuestra consociada ante la casa madre italiana y ante cualquier otra empresa del Grupo. En Madrid ha sido eficaz representante de la Ciudad Condal y, en Barcelona, valedor muy especial de la Villa y Corte.

Tutusaus en animada conversación con el entonces Príncipe de Asturias

Sería injusto que, en este artículo a modo de homenaje a un querido amigo, me olvidara de las personas en las que Carlos Tutusaus ha encontrado a profesionales de muy alto nivel y colaboradores muy eficaces. Son muchos los compañeros a los que tiene en grande estima por ello. En Madrid, Cristóbal Gutiérrez, abogado, era todo un experto en la preparación, redacción y presentación de ofertas en los concursos públicos. Arturo Gómez – otro querido amigo de todos y un clásico en la historia de la empresa – gestionó los más importantes clientes privados de la capital, entre ellos todos los grandes bancos. Otros colaboradores suyos fueron Leonardo Soto Montesinos, que fue árbitro de la primera división de fútbol durante varias temporadas; Ramón Campillo, que atendía entre otros clientes, primero a la Zarzuela y luego a la Casa Real; Miguel Ángel García Herrero, que se especializó en el asesoramiento y valoración de los proyectos vinculados a la educación, y Manolo Fernández, Amado Moreno y Gabaldón, entre otros varios. En Barcelona contó con al eficaz colaboración de José Luis Carreras, de Julián Ciria y de Eduard Safont. En Sevilla, con la de Neira. Y con la de tantos otros, en muchos otros lugares.

Carlos recibe en nuestro stand del SIMO al todavía príncipe. Son testigos  José Solís, ministro del anterior régimen y José Antonio Maganto.

Me había propuesto no utilizar ninguna anécdota para resaltar la calidad profesional de nuestro compañero. Y no lo haré. Pero no me resisto a contaros un suceso singular de los muchos que le ocurrieron a lo largo de su dilatada carrera. Da idea de que, en su función directiva – en especial, en su último cargo – tuvo que afrontar situaciones de lo más insólito.

Siendo ya director de SEO, un día su secretaria le anunció una llamada telefónica muy especial. Al otro lado de la línea se encontraba don Sabino Fernández Campo. Por aquel entonces era subsecretario del Ministerio de Información y Turismo. Como recordaréis llegó a ocupar el alto cargo de Jefe de la Casa Civil del Rey. Quería hablar con el director de Olivetti en Madrid. Carlos atendió de inmediato la llamada. El ilustre interlocutor no creyó conveniente darse a conocer. Dio por supuesto, con buen criterio, que no era necesario. El diálogo telefónico se desarrolló, aproximadamente en estos términos:

Don Sabino: ¿Es usted el director de Hispano Olivetti en Madrid?

C.T.: Sí, señor. Soy Carlos Tutusaus. ¿En qué puedo serle útil?

Don Sabino: Tengo entendido, señor Tutusaus, que tienen ustedes en curso un proceso de selección de un grupo de jóvenes universitarios. Anticipándole que no quisiera generar ningún malentendido, le rogaría tuviera la amabilidad de informarme acerca de la situación de NN.NN que es candidato a ingresar en la empresa que usted dirige. Me gustaría que supiera que su padre, que es muy buen amigo de esta Casa, aprobó las oposiciones de abogado del Estado con el número uno. Parece que ese joven es digno hijo de su padre. Ese es el motivo por el que me he permitido molestarle. Insisto, de todos modos, en que este interés nuestro no debiera ser mal interpretado. Nada más lejos de mi intención. Si le parece bien, yo le llamaré mañana por la tarde. Le ruego no se tome la molestia de llamarme usted a mí. Comprenderá que, por motivos obvios, yo no estoy siempre disponible y tendría usted ciertas dificultades de acceso.

Tan pronto hubieron intercambiado las habituales fórmulas de cortesía para despedirse, Tutusaus llamó a Félix Serrano, que entonces era la persona del departamento de personal encargada de realizar la selección, y le preguntó si había entrevistado ya a NN.NN. y, en caso afirmativo, qué informes le podía dar, sin explicarle el motivo de su interés. Serrano la confirmó que se había entrevistado con el joven candidato en un par de ocasiones y le manifestó que las primeras impresiones no eran nada prometedoras.

Al día siguiente por la mañana, Tutusaus haciendo gala del sentido de anticipación que le ha caracterizado siempre, a pesar de la advertencia de don Sabino, llamó por teléfono al Ministerio. Y preguntó por él. Desde la centralita le pasaron a un interlocutor que, de manera educada pero distante, quiso saber el motivo de su llamada. Tranquilamente, Tutusaus se dio a conocer y expuso a aquel desconocido que don Sabino le había llamado el día anterior solicitándole una información. Como disponía ya de ella y sabía del interés del señor Fernández Campo, se la quería transmitir. Silencio absoluto al otro extremo de la línea. Al cabo de unos largos segundos, otra voz, ésta vez femenina, que le rogaba le explicara de nuevo la causa de su llamada. Carlos repitió lo dicho anteriormente. Nuevo silencio. Finalmente, otra voz diferente, le dijo:

-Soy Sabino Fernández Campo. Me han dicho que usted es el señor Tutusaus, director de Hispano Olivetti en Madrid. Que quería usted hablar conmigo porque ayer yo le llamé solicitándole cierta información. Mire usted, señor Tutusaus, puede estar usted seguro de que si yo hubiera hablado ayer con usted, que tiene un apellido que se me antoja poco común, me acordaría. Créame, ayer yo no le llamé.

Carlos, apenas repuesto de su sorpresa, le contó lo sucedido. El señor Fernández Campo le dijo que, por desgracia, no era infrecuente que algunos desaprensivos usurparan determinadas personalidades para la consecución de fines ilícitos. Que lo antes posible le visitaría su secretario, al que le rogaba atendiera, para recabar los pertinentes detalles.

Por la tarde, la secretaria de Tutusaus le anunció la llamada del “otro” señor Fernández Campo. Carlos tomó el teléfono y le dijo irónicamente a su interlocutor que, por favor, se identificara mejor. Que aquel día había hablado ya con varios señores Fernández Campo y que, para salir del estado de confusión en que se hallaba, al día siguiente iba a trasladarse al Ministerio para hablar con el auténtico portador de tan ilustres apellidos. Desde el otro lado de la línea, la respuesta fue sorprendente: No me diga. ¿Cómo es posible que pueda haber gente tan desaprensiva? Hay que ver la cantidad de sinvergüenzas que hay por el mundo. Pero Carlos no aflojó. Ante su firmeza, el desconocido, persistió en su actitud, pero ya sin ninguna convicción. La conversación acabó como os podéis imaginar. Al día siguiente el alumno NN.NN. ya no se presentó en el centro de formación.

El rey Juan Carlos recibe a una comisión de Olivetti en La Zarzuela. La integran Agustín Ceballos, José de Llanos, director de la fábrica, Carlos Tutusaus y Ramón Campillo. Le hacen entrega al monarca de una máquina Studio  fabricada especialmente para él. Incorpora el tipo “Avisos”, el de mayor cuerpo de letra, para que se pudieran leer a distancia los discursos y otros textos.

Hace ya algún tiempo, Carlos Tutusaus ha superado limpiamente, con la suficiencia de un deportista de élite, el listón de los ochenta años. Vive tranquilamente repartiendo sus días entre Barcelona y Madrid, con la serena compañía de su esposa Lolita y disfrutando ambos de sus nietos Paula y Carlos.

Puigcerdà, 11 de setiembre de 2008.

5 comentarios en “Recuerdos de un Olivettiano desmemoriado. Capítulo 21º”

  1. Adiós, admirado y querido Carlos.
    Hoy he recibido con gran pesar la triste noticia de tu despedida terrenal. Fue un placer contar con tu compañía en el entorno laboral que tan extraordinariamente describe el amigo José Manuel en ésta crónica de hace 14 años, con la satisfacción de compartir en aquellas fechas, los entrañables momentos durante la celebración tan especial del Centenario de Olivetti. Muchos otros son los recuerdos que evocan la memoria de tu andadura en Olivetti. Siempre recordaré con gratitud, la altísima profesionalidad y gran humanidad que envolvían tu presencia en todos ellos.

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