Relatos de un luchador desmemoriado con suerte. Capítulo 3º

– La Rioja . No solo de pan vive el hombre –

Por Jordi Calvet

Un Marzo de 1969

Como ya dije, Logroño era una de las cuatro Concesiones que yo debía gestionar.

Dada su importancia, fue mi siguiente visita de trabajo. En esta ocasión ya la realicé en solitario, y entre otras cosas pude comprobar mi mayor soltura con el volante,

El sábado anterior había comunicado mi visita, y cuando llegué, a las 12 del mediodía, allí me estaban esperando los hermanos de Miguel: Fernando y Manuel.

Mi recuerdo de Logroño, además de otros muchos entrañables, siempre irá ligado a los hermanos Fernando y Manuel, ambos muy inteligentes pero con una forma muy peculiar de entender su negocio.

Fernando era lo que podríamos llamar un «bon vivant». Superconocido en Logroño, culto, espléndido, con mucho «caché» y solterón empedernido hasta que se rindió a una bella riojana relacionada con Construcciones Bermejo. Fernando, a su manera, gestionaba los clientes más importantes.

Manuel era muy distinto. Analítico, más organizado, pero poco dado a la gestión comercial, para la cual se apoyaba en su Jefe de Ventas, un granadino apellidado Peña, y otros dos vendedores.

En cualquier caso, guardo muy buenos recuerdos de ambos hermanos.

Por esta zona, la gastronomía es sensacional. Fernando me descubrió varios restaurantes de los muchos que vale la pena visitar. En Logroño, el magnífico Cachetero ubicado en «la senda de los elefantes». De la provincia merece la pena destacarse «Casa Terete», su gran especialidad: menestra de verduras y ternasco asado. También tuve ocasión de saborear níscalos a la plancha en un refugio de cazadores en plena sierra de Cameros, y disfrutar de «chuletas al sarmiento» en una típica bodega riojana.

Por último, y como curiosidad digna de ser mencionada, presencié durante las fiestas de San Mateo, el popular campeonato de «comedores de chuletas» que se desarrollaba en la avenida de Jorge Vigón.

En este campeonato, cuadrillas de cuatro personas frente a un fuego y con abundante «material» previamente pesado, comían cuanto podían, acompañándose con néctar riojano. Al final se pesaban los desperdicios que cada cuadrilla había desechado y con una simple resta se proclamaba al equipo vencedor.

Después de este final, más de uno precisaba bicarbonato y una siesta reparadora.

Como veis todo esto que cuento animaba a seguir a pie de carretera, aunque no todo el monte era orégano.

Ni que decir tiene que el fin de semana intentaba compensar a mi familia de mi ausencia.

Ah me olvidaba, en mis viajes adquirí la costumbre de comprar cochecitos de juguete a mi hijo Javier, el cual utilizaba el pasillo de nuestra casa como aparcamiento y carretera,

Hasta pronto

Barcelona ,3 de Octubre de 2008

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